Las visiones de la pasión o la evidencia de lo no visto
Por Martín Lombardo
Una novela brutal y polémica que rompe con cualquier estereotipo respecto a la sexualidad y a la violencia de género. Goransky despliega un abanico de posibles maneras de hacer de un cuerpo un campo de placer o de batalla.
En su nueva novela Quisiera amarte menos, construida a través de la voz de cada uno de sus personajes, Tatiana Goransky explora con maestría los límites del deseo y las pasiones humanas.
Centrando cada capítulo en un narrador diferente, se despliegan los relatos o las versiones de los relatos de Julia, Clara, Juan, La Turca, Vera y Ricardo. Entre esas miradas se filtra una confesión: una confesión de lo que, desde el comienzo, está a la vista y, sin embargo, pareciera no percibirse. Más que conseguir una mirada acabada y definitiva de los hechos, la acumulación de voces y de puntos de vista quiebra cualquier pretensión de objetividad. El resultado es una brutal novela polifónica en la que cada uno de los narradores, al tomar la palabra, más que revelar lo que cuenta se revela a sí mismo. Con gran pluralidad de registros y un sólido dominio del lenguaje, la novela rompe con los estereotipos sobre género y violencia, enfrentando al lector con el límite de su propia mirada.
Como el revés de la película Une liason pornographique, en donde la pareja nunca revelaba exactamente qué hacían en sus encuentros para que esa relación fuera tan especial, en Quisiera amarte menos pareciera revelarse todo y, sin embargo, se acrecienta el misterio. Si en Intimidad, la novela de Kureishi, los personajes sólo se dan cita para tener sexo, sin nunca decirse nada, en la novela de Goransky los personajes tienen sexo para revelar y darle sentido a sus historias. Por más que pretenda decirse todo, siempre pareciera faltar algo. O producirse un desvío justo cuando está por surgir la verdad. El narrador no es fiable: no se trata de su voluntad, sino de encontrarse atado a un punto de vista marcado por su cuerpo. Cuanto más se describe, cuanto más se habla, cuanto más detallado es el relato, mayor es el misterio. Se vuelve inquietante y misterioso el deseo que atraviesa cada relato, sobre todo, se vuelve misterioso para quien lo porta y pretende revelarlo. Cada historia es una multiplicidad de historias porque cada personaje es también el objeto del deseo de otro. El lector aborda la historia desde su perspectiva, volviéndosele, por momentos, casi imperceptible lo evidente.
El cuerpo es violencia: es lo más íntimo y, al mismo tiempo, al volverse siniestro ya es de otro; es el territorio por donde cruzan mandatos sociales sobre el amor, la paternidad, la maternidad, la sexualidad, los celos. La novela muestra de qué manera el deseo hace hablar al cuerpo y lo vuelve polifónico, violento, contradictorio, transmisor de mensajes que, muchas veces, son interpretados de maneras esquivas, a través de las marcas de los otros cuerpos.
Esta singular tragedia, construida a partir de seis monólogos y una confesión, aborda el deseo desde todos los ángulos posibles para así desmontar cualquier mandato y toda idea de lo políticamente correcto.