Hace 80 años, el 13 de abril de 1945, el Presidente Juan Antonio Ríos declaró la guerra al Imperio del sol naciente. Historiadores aseguran a Culto que tanto las presiones de EE.UU. como el interés de Chile por pertenecer a la naciente ONU fueron motivos cruciales para aquello. Los principales afectados por la medida fueron los japoneses residentes en nuestro país. Además, por esos mismos días, una noticia terrible causó impactó. Esta es la historia.
(por Felipe Retamal y Pablo Retamal N.)
Aquella tarde del cálido verano de 1945, en los jardines de la residencia de Cerro Castillo, el Presidente Juan Antonio Ríos estaba inquieto. Acompañado por su canciller, Joaquín Fernández (con quien compartió en el gabinete de los «100 días» de Carlos Dávila años atrás), recibió al embajador de Estados Unidos en Chile, Mr. Claude Bowers.
Entre la suave brisa marina y el sol del verano de Viña del Mar, el mandatario accedió a conversar sobre un asunto que era noticia en el mundo entero. Bowers había estado presionando durante semanas al gobierno para conseguir que el país declarase la guerra a las potencias del Eje. La Segunda Guerra Mundial entraba en su fase de definición; los aliados, liderados por EE.UU., se proyectaban como vencedores y comenzaban a trazar el nuevo orden mundial.
Pero hasta entonces, Ríos albergaba algunas dudas. Tiempo atrás, había consentido en romper relaciones diplomáticas con Alemania, Italia y Japón, las llamadas potencias del Eje (se hizo el 20 de enero de 1943) y en su fuero interno, pensaba que con eso le bastaba. Pero esto era distinto, era posicionar al país en el tablero del poder.
Según el historiador Mauricio Paredes, la presión de los estadounidenses fue intensa. Y como detalla en su investigación sobre el tema, La olvidada guerra contra Japón: secretos diplomáticos y víctimas invisibles durante la Segunda Guerra Mundial en Chile, aquella tarde en Viña del Mar, fue clave para dar con la fórmula que permitió sumar al país en el conflicto.
Lo que más complicaba a Ríos, era que una declaración de guerra contra el Eje, involucraba a Alemania, país con el que no estaba dispuesto a enemistarse. Según detalla Paredes, el embajador Bowers rememoró años más tarde aquella reunión y la manera en que lograron convencer al dubitativo presidente chileno. «Wright y yo pasamos una hora con él y con Fernández. Ambos aprecian profundamente el que hayamos venido primero a Chile; ambos dejaron muy en claro que ven la ventaja y buscarán una solución. Cuando se sugirió que sería suficiente que Chile declarara que se encuentra, legalmente hablando, en un estado de beligerancia contra Japón, ambos repentinamente se animaron, intercambiaron miradas que indicaron alivio, y Ríos pensó que se podría hacer sin abrirse a un posible ataque, porque antes de la ruptura había dicho en público que la ruptura equivale a una declaración de guerra…».
Y así ocurrió. «La expresión que Bowers usa al referirse a que Ríos y su Canciller ‘se animaron’, en inglés es perk up, que usualmente se utiliza para describir los efectos que tiene una buena taza de café para alguien adormilado. Cuando Ríos entiende que no necesita tocar a Alemania, evidentemente recupera la alegría y expresa alivio», explica Paredes a Culto.
Días después, ya en febrero de ese año, Ríos instruyó al embajador chileno en Washington, Marcial Mora, suscribir la Declaración de las Naciones Unidas del 1 de enero de 1942. En virtud de ese acuerdo, el país establecía el estado de beligerancia con Japón, ya que era un requisito que imponía la misma. «Cada Gobierno se compromete a utilizar todos sus recursos, tanto militares como económicos contra aquellos miembros del ‘Pacto Tripartito’ y sus adherentes con quienes se halle en guerra», detallaba en su punto uno.
Pero faltaba un detalle. En un comunicado compartido a la prensa el 14 de febrero de ese año, la Cancillería explicaba por qué la beligerancia se acotaba solo al país del sol naciente y no involucraba a Alemania e Italia. «Al producirse el 20 de enero de 1943 la ruptura de relaciones diplomáticas y consulares entre Chile y los países del Eje, el Gobierno del Japón hizo manifestación de que estimaba dicha ruptura como un estado de beligerancia y como declaración de guerra».
En Santiago, fue el canciller subrogante, Alfonso Quintana, quien pasadas las 18.00 horas confirmó la noticia de la declaración del estado de beligerancia y anunció el pronto envío al Congreso del proyecto de ley que solicitaba la autorización para declarar la guerra. Reunido con los periodistas en un salón del Ministerio de Relaciones Exteriores, hizo leer el comunicado oficial y luego respondió algunas consultas.
Entonces uno de los ágiles de la prensa levantó la mano y le preguntó qué pasaría con los residentes japoneses en el país. «Manifestó que por el momento, la situación de estos súbditos no variaría», registró El Mercurio. Aunque no demoraría mucho en variar.
La neutralidad chilena en crisis
En Chile, la guerra era un tema lejano, pero Juan Antonio Ríos lo abordaba con su tradicional cautela. Miembro del Partido Radical, era un político con trayectoria. Fue diputado y senador por su natal provincia de Arauco, en el Biobío, ministro del Interior y de Justicia durante los llamados «100 días de Carlos Dávila», el gobierno que sucedió a los 12 días de la República Socialista de Chile. Además, fue precandidato presidencial en 1938, pero fue derrotado por Pedro Aguirre Cerda.
Como ministro del Interior, Ríos siempre declaró en un tono más bien conciliador. Al asumir el cargo recibió a los medios. «Como Ministro de lo Interior y en el orden político, no podré apartarme de aquel principio que proclamó la Convención de mi Partido de 1888: ‘La libertad individual en todas sus manifestaciones, sin más límite que el orden público y el derecho ajeno’». Y recalcó su voluntad de diálogo: «Este ministerio está ampliamente abierto al público». Por ello, ya como Presidente, no hizo sino responder a su historial de manejo político.
Tras recibir la presidencia en abril de 1942, Ríos decidió mantener la política de neutralidad del país en la guerra, que ya había establecido el gobierno Aguirre Cerda. «El país tenía la experiencia de la Primera Guerra Mundial cuando logra mantenerse neutral pese a las exigencias y presiones de Washington, había resultado beneficioso a sus intereses. Por otra parte, al igual que lo que había ocurrido en 1914, la opinión pública, el estamento político y las Fuerzas Armadas estaban divididas en sus preferencias y cercanías», apunta Miguel Navarro Meza, profesor de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos.
Pero vendría una dura prueba. El nuevo presidente llegó a La Moneda cuando solo habían pasado unos meses del ingreso de Estados Unidos al conflicto, en diciembre de 1941, tras el ataque japonés a Pearl Harbor. A partir de allí, la neutralidad de Chile se vio en permanente tensión.
Así, el gobierno del presidente Franklin D. Roosevelt articuló toda su batería de recursos sobre América del sur. «Se supeditaron préstamos de dinero al país, supeditando también ventas de armas -apunta Mauricio Paredes-. También la presión se vio en acciones concretas en contra de agentes espías del Eje presentes en el país (varios alemanes y un puñado de japoneses) por parte del FBI y de la Policía de Investigaciones de Chile».
En efecto, al gigante del norte le preocupaba la acción de grupos de interés del Eje en el país. «Durante la guerra, Japón logró crear un bloque de apoyo en Chile, con fuerza hasta enero de 1943, y con mayor debilidad después. También existió un grupo de personas críticas al liderazgo estadounidense en América Latina», apunta Pedro Iacobelli, doctor en Historia y Director del Instituto de Historia de la U de los Andes.
Incluso, el gobierno de Roosevelt movió sus piezas en el tablero aprovechando las viejas rencillas regionales. «Por ejemplo, Estados Unidos generó enormes acercamientos hacia Perú, entregando préstamos, armas y validando un incipiente liderazgo regional del país vecino», apunta Mauricio Paredes.
También la política interna se agitó en torno al conflicto, más por su componente de lucha contra el fascismo que le imprimieron algunos grupos. «Se enfrentaban los partidos de gobierno, de Izquierda, inclinados a la ruptura con el Eje (aunque no de entrar decididamente a la contienda) y los de oposición, de Derecha, firmes en mantener la neutralidad», apunta Miguel Navarro.
«Las presiones para llevar a declarar la guerra involucró a grupos chilenos que veían fundamental apoyar a EEUU -detalla Iacobelli-. También presiones norteamericanas contra el gobierno de Ríos, a través de su secretario para el hemisferio. Finalmente la promesa de mayores inversiones en Chile, si declaraba la guerra al Eje».
La fulminante ofensiva japonesa contra Pearl Harbor no había sido pasada por alto en La Moneda. «Durante el resto de 1942, la Administración Ríos se aferró a la neutralidad, en parte por un temor, real o presuntivo de un posible ataque japonés a las costas chilenas, muy desguarnecidas», detalla Navarro.
El temor en palacio era porque había certeza de que las fuerzas armadas chilenas no estaban preparadas para entrar en una guerra. El impacto de La Gran Depresión recortó dramáticamente los gastos de defensa nacional. «Las condiciones en que se encontraba la Armada de Chile al inicio de la Segunda Guerra Mundial eran de extrema debilidad, lo cual se arrastraba desde inicios de los años treinta. Así lo acreditan los distintos documentos secretos de la misma institución naval», detalla el doctor en Historia, Cristián Pfeifer, autor del libro La Segunda Guerra Mundial en las costas de Chile.
Pfeifer cita documentación naval para explicar la apremiante situación de la Armada, la primera que tendría que abordar un ataque desde el Pacífico. «Immanuel Holger, Subsecretario de Marina de la época, hizo una exposición muy detallada al presidente Arturo Alessandri Palma en el año 1937, en la que detallaba la falta de armamento, las naves en mal estado y la falta de cañones antiaéreos, entre otras carencias. La situación se hacía más difícil para nuestra marina, ya que Argentina, que era potencia regional en aquella época, había modernizado su Marina y estaba en litigio con Chile por las islas del canal de Beagle».
Un dato no muy conocido a nivel general, es que igualmente hubo aprestos para resguardar las costas chilenas. «Entre 1942 y 1943, la Armada se movilizó y se hicieron planes junto a la Armada Norteamericana para un eventual ataque japonés, pero este nunca se produjo, por la sencilla razón que Chile nunca estuvo en los planes bélicos del gobierno japonés. El territorio chileno estaba demasiado alejado de los campos de batalla del Pacífico para atreverse a realizar cualquier acto hostil en su contra», agrega Pfeifer.
Pese a las aprensiones, desde la misma Casa Blanca, pronto descartaron cualquier peligro para la seguridad chilena. «El propio presidente Franklin Roosevelt le señaló al embajador chileno apostado en Washington, Rodolfo Michels, en agosto de 1942, que Chile no correría ningún peligro de una eventual incursión japonesa», agrega el mismo historiador.
Hacia los primeros días de 1943, las victorias de EE.UU. en Guadalcanal y en Nueva Guinea hicieron retroceder a las fuerzas japonesas. Fue el momento en que el presidente Ríos dio el paso. Tras consulta al Senado, el 20 de enero de ese año, a las 9 y media de la mañana, según consta la prensa de la época, firmó en La Moneda el decreto que establecía la ruptura de relaciones diplomáticas con el Eje. El texto le fue entregado por el subsecretario de RREE, Enrique Gajardo.
Horas después, a las 7 de la tarde, y acompañado por el gabinete, el Presidente -vestido de impecable traje blanco- se dirigió al país desde su oficina en La Moneda, para informar la decisión. En Washington, el secretario de Estado, Mr. Cordell Hull, manifestó su agrado. «Saludo esta acción como una contribución de importancia a la seguridad del continente».
Con la ruptura de relaciones vinieron las primeras medidas. “Patrullajes aéreos sobre las rutas de navegación cercanas a la costa, mantener activas las baterías de costa y antiaéreas que protegían los puertos desde lo que se embarcaban materias primas estratégicas, principalmente cobre y salitre, y patrullajes navales que se efectuaban en conjunto con la Eastern Pacific Task Force la Armada de Estados Unidos”, apunta Miguel Navarro Meza.
Entre los ciudadanos residentes de los países del Eje, los japoneses fueron los que se llevaron la peor parte. Ya desde 1942 eran señalados en la opinión pública como una suerte de enemigo público. «Cuando cesan las relaciones diplomáticas, Chile se sumó a los países latinoamericanos (menos Argentina) en congelar cuentas bancarias japonesas, confiscar algunos bienes», detalla Pedro Iacobelli.
Chile entra en la guerra
Para inicios de abril de 1945, la Segunda Guerra Mundial ya estaba definida. «Hanover tomada por asalto; Americanos a 165 kms de Berlín», titulaba La Nación en la portada de su edición del 11 de abril. Los aliados ya ocupaban Italia, habían liberado Roma y avanzaban prestos hacia el norte. Benito Mussolini veía con impotencia cómo se derrumbaba su efímera República de Saló (un estado títere de Alemania) y solo pensaba en huir a Suiza.
Por su lado, Adolf Hitler observaba cómo el cerco de los aliados sobre el Tercer Reich solo se estrechaba más y más. El 16 de abril comenzó la decisiva ofensiva soviética sobre Berlín, hecho que terminó por derrumbarlo todo para el Führer. Ambos dictadores no llegarían vivos a mayo: Mussolini fue capturado y fusilado por partisanos antifascistas, el 28 de abril, y su cadáver colgado de los pies en una gasolinera de Milán; mientras que Hitler se suicidó en su bunker solo dos días después.
Tras esa tarde en Cerro Castillo, Ríos ya estaba decidido a firmar la declaración de guerra, era una de las atribuciones especiales del Presidente de la República según lo estipulaba la vigente Constitución de 1925. En realidad, para entonces era una decisión que ya no podía evitar. Había un objetivo en mente y para ello, declarar la guerra era impajaritable, así lo explica Miguel Navarro Meza: «El gobierno del Presidente Ríos declaró la guerra a Japón fundamentalmente por el interés que Chile ingresase al nuevo sistema internacional representado por las Naciones Unidas. Era prioritario para su administración que fuese miembro fundador del nuevo organismo pero esto implicaba haber declarado la guerra al Imperio del Japón».
«Ya desde 1942, en las etapas más iniciales de lo que después serían las “Naciones Unidas” se acordó que para integrarse sería necesario estar en guerra con las potencias del Eje. Hacia mediados de 1945, rendida Italia en 1943 y Alemania en mayo, y ante la inminencia de la sesión constitutiva del nuevo organismo, no quedó a Chile otra alternativa que declarar la guerra».
De todos modos, Ríos intentó zafar del requisito de declarar la guerra e hizo un último y desesperado intento. El 14 de febrero de 1945 mandó una comunicación a Estados Unidos en la que argumentó que con la ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania efectuada en enero de 1943, debía considerarse cumplido el requisito. Sin embargo, la respuesta fue tajante: de eso nada, para ser parte de la ONU Estados Unidos solo aceptaría la declaración de guerra.
Resignado, y tal como mandaba la Constitución, Ríos mandó un proyecto de Ley al Congreso solicitando la autorización correspondiente para declarar la guerra. Fue la Ley Nº 8109 del 11 de abril de 1945 y fue aprobada casi por unanimidad. «La alta votación favorable daba cuenta de la importancia que se asignaba a ingresar a las Naciones Unidas», dice Miguel Navarro. El 12 de abril de 1945, Ríos y todo el gabinete firmaron el decreto. Al día siguiente se publicó en el Diario Oficial. Chile estaba en guerra.
Los periódicos del 13 de abril daban cuenta de la noticia. La Nación lo hizo en un breve artículo donde daba cuenta de esa y otras informaciones relacionadas con el consejo de gabinete. Además, publicó el sucinto decreto de solo 3 artículos. El primero de ellos era el más importante: «El Presidente de la República, en nombre del Gobierno de Chile, reconoce y declara el Estado de guerra con el Gobierno Imperial del Japón». Lo mismo hicieron El Diario Ilustrado y El Mercurio, que además informaban sobre la delegación chilena que iría a la Conferencia de San Francisco, donde se redactó la Carta de las Naciones Unidas, el documento fundacional de la ONU. Incluso el diario El Siglo dio cuenta del hecho en sus páginas interiores. Pese a su relevancia, nadie puso la noticia destacada en las portadas. ¿Por qué?
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