Sobre búsquedas y huidas: reseña a «Los amantes de la dama del velo negro»

Sobre búsquedas y huidas: reseña a «Los amantes de la dama del velo negro»

Ernesto Guajardo reseña la novela Los amantes de la dama de velo negro, de Marcela Durán

Toda obra literaria debe leerse de manera íntegra, es decir, poniendo atención a los paratextos que la acompañan. Y en el caso de Los amantes de la dama del velo negro, de Marcela Durán, esto no es la excepción.

En efecto, el epígrafe que inaugura esta novela corresponde a un poema de Miguel de Unamuno. “Lujuria” es su título, y ello ya determina de manera inmediata nuestra aproximación a estas páginas.

La lujuria nos instala de inmediato en una tensión: por un lado, la dimensión de lo estrictamente sensible, del temblor de la piel en la intimidad; por el otro, la dimensión espiritual y su correspondiente sanción: la lujuria es un pecado. Esta tensión recorre gran parte de esta novela, la primera de esta autora.

En la existencia humana anida la complejidad, la contradicción, la búsqueda y la huida; no siempre el hallazgo, el destino, la ciudad o el puerto al cual se cree arribar. Esto es lo que le sucede a la protagonista de esta obra.

La Fortuna ha sido benigna con ella: su situación socioeconómica le ha permitido el despliegue de sus capacidades, así como la exploración de sus necesidades, prácticamente sin cortapisas. Por cierto, esto viene aparejado de una determinación cultural, propia de su condición social y económica: desde muy temprano que su condición de mujer se encuentra no solo acotada en sus posibilidades, sino también predeterminada o, al menos, se espera que así sea. Existe un deber ser que acompaña cada uno de sus pasos, cada una de sus indagaciones. De algún modo, entonces, la Fortuna comienza a ser relativa: no es suficiente, el surgimiento y extensión del vacío, al principio indefinido, en cierta medida incierto, siempre inquietante, comienza a cernirse sobre ella como un atardecer anticipado, como un eclipse a mediodía. Atenazada por una serie de representaciones formales, respecto de lo que se espera de su rol, la búsqueda de aquello, al principio indefinible, pero luego cada vez más nítido y, finalmente, acuciante, se transformará en el principio rector que organizará sus reflexiones y sus anhelos.

Así, poco a poco, las formalidades que se habían preestablecido sobre ella, sobre lo que se espera de ella, comienzan a desmoronarse. Del algún modo, comienza a desarrollarse en su interior una traición a un pacto preestablecido. Sin embargo, más que traición, cabría pensarse en una deserción, en un abandono, casi sin estruendo, pero sí profundamente intenso y radical. Y será el cuerpo el instrumento que vehiculizará dicha búsqueda, la búsqueda de lo sensible extremo, del sexo, del acto de amar, de la vida, en definitiva.

Al modo de Huidobro, en el sentido que planteaba aquel verso que indicaba que existen quienes huyen de sexo en sexo hasta el final de tierra, o bien como lo proponía Kavafis, en su conocido poema “La ciudad”, a veces la búsqueda tiene mucho de huida, y aquello que se indaga en otra piel o en otra geografía no es sino lo que se ha extraviado en el propio tránsito.


Los amantes de la dama del velo negro es, entonces, una novela que se interroga sobre los determinantes sociales que configuran la identidad femenina, así como sobre el libre albedrío, una suerte de nostalgia de futuro, la permanente inquietud que origina el vislumbrar la condición de la libertad.